La imprescindible María Popova hacía una reseña esta semana en Brain Pickings de Journal of a Novel: The East of Eden Letters (Diario de una novela: las cartas de Al este del Edén; no he encontrado que exista la traducción al castellano). El libro recoge las cartas que John Steinbeck escribió a su editor Pascal Covici durante la escritura de al Al este del Edén. Steinbeck terminó la novela en 276 días y en cada uno de ellos escribió una carta. Luego construyó el mismo una caja de madera tallada, metió la novela y las cartas dentro y se la mando a Covici. En las cartas hay apuntes de su vida cotidiana a modo de diario, pero también reflexiones sobre el proceso creativo.
Una de las cosas que revelan las cartas es que Steinbeck escribió la novela pensando en sus hijos. No de manera abstracta o sentimental sino muy específica: la escribió como si se estuviera dirigiendo a sus hijos que entonces tenían cuatro y seis años, pero imaginándolos crecidos. Es decir, escribió para un lector que eran sus hijos de mayores:
He elegido escribir este libro a mis hijos. Ahora son pequeños, y nunca sabrán de dónde vinieron a través de mí, a no ser que yo se lo cuente. No está escrito para que lo lean ahora, sino cuando hayan crecido y las alegrías y las penas les hayan despeinado un poco. Y si el libro está dirigido a ellos, es por una buena razón. Quiero que sepan cómo eran las cosas, quiero contárselo directamente, y quizás, hablándoles a ellos directamente hablaré directamente a otras personas.
Esta idea de escribir para una persona concreta, alguien cercano y cotidiano, trae a la cabeza inevitablemente a Stephen y Tabitha King. King, que adora a su mujer como las lagartijas al sol, cuenta ésto en On Writing (traducido al español como Mientras escribo por razones que se me escapan):
Creo que todo novelista tiene un único lector ideal, que a veces en momentos de la composición de la historia el escritor piensa: «me pregunto que pensará él o ella cuando lea esta parte.» Para mí ese primer lector es mi mujer, Tabitha.
King luego nos hace una descripción minuciosa de cómo su mujer se ríe: ¨levanta las manos hacia arriba como diciendo me rindo y unas lágrimas enormes surcan sus mejillas¨. Así que cuando King escribe cualquier situación cómica lo hace pensando en su mujer e intentando provocar exactamente esa reacción porque, dice: ¨I love it, that´s all, fucking adore it.¨ Tampoco hace falta un matrimonio idílico como el de los King. Hay mas autores que escriben pensando en una persona real, llamémosle el lector con nombre. Por ejemplo Kurt Vonnegut escribía para su hermana y dejo dicho:
escribo para agradar sólo a una persona. Si abres la ventana y haces el amor con el mundo, tu historia se cogerá una pulmonía.
Elizabeth Gilbert (Eat, Pray, Love) también se dirige a una persona cuando escribe, aunque no siempre la misma:
… Me aseguro de que he decidido exactamente a quién estoy escribiendo el libro, mucho antes de empezar a escribirlo. Cada uno de mis libros está escrito para una persona distinta, siempre alguien que conozco bien. Para mí ésta es casi la decisión más importante, porque la intimidad con mi lector imaginado determina completamente el tono y como cuento la historia. Pienso que es importante tener ese lector en mente mientras escribes y rendirse cuentas a uno mismo de la obligación de agradarle y trasportarle lo mejor que puedas.
Borges también escribía para un lector: él mismo (¨cuando uno escribe, el lector es uno.¨). Aunque hay que tener en cuenta que Borges mayormente dictaba, y que por lo tanto eso de escribir para una persona específica que además hacia la primera lectura, era algo que le venía de serie. Seguramente la última lectora con nombre a las que Borges dirigió sus escritos fue Maria Kodama.
En el caso de King, el lector con nombre a la que dirige lo que escribe es literalmente su primera lectora. Observa sus reacciones y recibe sus primeras impresiones, que juegan un papel decisivo en el proceso de revisión. Pero no es así en todos los casos. Steinbeck escribió para un lector futuro: sus hijos adultos. Vonnegut para un lector del pasado: su hermana fallecida.
En todos los casos el lector con nombre es un individuo real, una persona concreta. Pero ademas es una persona cercana, que el escritor conoce bien. Es de suponer que es también una persona relevante en su vida, alguien que le importa, a quien quiere agradar (o alguien odiado, como Quevedo y Góngora escribiéndose para humillarse). En cualquier caso, alguien cuya opinión, real o imaginada, no le es indiferente.
Creo entender en este contexto, que las ventajas que ofrece ese lector con nombre son principalmente tres:
- Ayuda a no atascarse. Nadie se queda en blanco hablando con su madre o con su mejor amigo. Si les estás contando algo, sabes perfectamente cómo contárselo. Escribiendo al lector con nombre, el cuento fluye como un whatsapp escrito al vuelo.
- Facilita encontrar la voz. El tono es uno de los elementos más elusivos cuando se escribe. Pero determinante para embaucar al lector. Decidir a quien se dirige uno proporciona una voz que nos es familiar, que no hay necesidad de inventar.
- Llegar a UN lector es el primer paso para llegar a muchos. Esto es fundamental. Es a lo que se refiere Vonnegut con la metáfora de la pulmonía. Cuando King consigue hacer reír a su mujer (que no es extraordinariamente difícil porqué la conoce desde que iban juntos a la guardería), es muy posible y hasta probable que otras personas también le vean la gracia. Sin embargo intentar hacer reír al mundo es de una ambición que abruma.
Se me ocurre que estas tres ventajas se resumen en una: escribir al lector con nombre ayuda a focalizar la historia. Y el enfoque es una de las piezas clave en la maquinaria narrativa: es el artefacto que atrapa al lector y lo transporta por el cuento, como si fuera un tobogán de esos en forma de tubo, con curvas, espirales y caídas libres, donde una vez que te metes ya no es posible salir. Un tobogán diseñado para que quepa una única persona, echada a lo largo, con los brazos a los lados, el corazón en vilo y la certeza de que al final merecerá la pena caerse de golpe en la piscina.
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